La constancia es la clave del éxito: recordando la historia de Condis

El título de este post aplica a cualquier ámbito de la vida. El deporte, el trabajo, la familia, los amigos, las aficiones, la salud… El éxito no es un objetivo, es una sensación que nos invade cuando hemos hecho algo, cuando hemos conseguido algo que nos provoca satisfacción. El éxito, en realidad es la alegría que sentimos como recompensa al esfuerzo realizado para hacer algo, para conseguir algo.

La prueba definitiva de que hemos alcanzado el éxito, de que hemos conseguido lo que nos habíamos propuesto, es una amplia sonrisa. Sonreímos cuando estamos contentos, cuando estamos satisfechos. Sonreímos cuando sentimos que ha valido la pena el tiempo, el esfuerzo, el sacrificio y la dedicación que hemos puesto en conseguir un logro.

Esta es una historia de constancia:

“En el invierno de 1847, un 11 de febrero muy frío en Milan, una población muy pequeña de Ohio, nació Tom, el menor de 4 hermanos. Su familia atravesaba momentos difíciles cuando Tom nació, y al cumplir los 7 años tuvieron que mudarse a Port Huron, una ciudad del estado de Michigan, buscando una segunda oportunidad.

Hasta entonces Tom no había podido ir a la escuela. Había tenido escarlatina de pequeñito y le quedó como secuela una sordera parcial, su primera maestra en Ohio le dijo a su madre que se lo llevase a casa, que el niño era retrasado.

Cuando los padres de Tom intentaron escolarizarlo en Michigan, su suerte no fue mejor. Su profesor apenas tuvo 3 meses de paciencia, pasado ese tiempo llamó a su madre y le dijo que se llevase el niño a casa. Falta de interés, torpeza, incapacidad para aprender y para hacer nada de provecho, más o menos eso fue lo que el profesor le dijo a la madre de Tom. Incluso se tomó la libertad de predecir el futuro del chico y auguró que Tom sería un parásito de esos que suponen una carga para la sociedad.

No sabemos cómo reaccionó Tom en ese momento, o cómo lo hizo su madre, pero fue ella, que había sido maestra de joven, quien le educó en casa a partir de ese momento. Y parece que no lo hizo mal. Tom no parecía muy interesado en nada que no fuera arreglar cachivaches y hacer cosas raras con cables y cualquier pieza que encontraba. Como veía que el chico disfrutaba con eso, lejos de prohibírselo u obligarle a hacer otras cosas, le animó a que trabajara con esas cosas raras. A los 10 años Tom  tenía una especie de taller-laboratorio lleno de cachivaches en el sótano de casa.

Nadie en la familia entendía lo que hacía, pero todos, su madre la primera, siempre le animaron a que no dejara de hacerlo porque veían que se sentía feliz entre sus cosas. Ideó algunos artefactos más o menos curiosos, pero creía que debía aportar algo a la maltrecha economía familiar y a los catorce años se puso a vender periódicos en la estación de ferrocarril. No abandonó su pasión por los cachivaches y los inventos raros, al contrario, cada vez les dedicaba más tiempo. Empezó a comprar revistas de mecánica y de ciencia y le dedicaba a su “laboratorio” todo el tiempo que podía después de vender periódicos.

A los dieciséis años se marchó de casa y pasó cinco años de pueblo en pueblo y de ciudad en ciudad. Siempre haciendo algún arreglo o alguna reparación para ir tirando, y comprando todos los libros y revistas de ciencia que se podía permitir.

A los veintiún años Tom llegó a Boston y consiguió su primer empleo estable. Aquel niño con sordera parcial, aquel chaval retrasado que la maestra de Ohio no quiso en su clase, aquel niño despistado y torpe del que su profesor en Michigan había dicho que acabaría siendo un inútil y una carga para la sociedad, empezó a cambiar el mundo.

Podríamos contaros la vida de Tom y todo lo que hizo, pero es suficiente con que os digamos cuál era su nombre completo. Aquel muchacho que nunca se rindió, que dedicó su tiempo y su ilusión a sus cachivaches y sus inventos se llama Thomas Alva Edison. Gracias a él pudimos tener luz eléctrica y gracias a él y a muchos como él que trabajaron y trabajan con constancia el mundo es un lugar mejor donde vivir”.

El éxito es diferente para cada persona, incluso podemos decir que el éxito es diferente en cada actividad o en cada momento de la vida. Pero el éxito, en cualquier actividad, en cualquier momento y para cualquier persona tiene siempre algo en común: la constancia.

La misma constancia con la que los miembros de la familia Condal, hace 50 años, empezaron a cambiar el concepto de lo que debía ser una tienda. Así empezó lo que hoy es Grupo Condis. La constancia es la clave.

Detrás de un logro está la voluntad de alguien que nunca se rindió, que no se desanimó, que se cayó pero volvió a levantarse, que se desesperó pero después recuperó el trabajo donde lo había dejado y no paró hasta conseguirlo. Constancia, constancia y constancia.

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