La amistad, ¿se busca o se encuentra?
¿Quién no ha buscado en Facebook alguna vez a sus amigos del colegio? Pocos usuarios no lo han hecho, aunque solo sea para poner a prueba a la Red o, si ya se tiene una edad, para comprobar si uno mismo es “más moderno” que sus amigos de la infancia. Y en realidad, en muchos casos, el interés no va más allá porque si los encontramos, empezamos a preguntarnos si realmente tendría sentido en nuestra vida actual, volver a verlos.
No debemos sentirnos mal si al rencontrar a un amigo de la infancia, con el que habíamos compartido muchas horas en el colegio, la conversación no fluye y nos sentimos extraños. Eso es porque las amistades infantiles nacen de circunstancias que no decidimos: vivíamos en el mismo barrio, nos sentábamos en la misma mesa, nuestros padres eran amigos,… Pensemos simplemente que quizás si se hubiera sentado en otra mesa, o si sus padres hubieran decidido vivir en otro barrio o apuntarlo a otro colegio, quizás ni lo habríamos conocido.
Sin embargo, no debemos pensar entonces que el hecho de tener o no amigos depende de circunstancias exclusivamente externas y que no podemos controlar nosotros mismos. Cuando dejamos la infancia y empezamos a poder decidir sobre nuestra vida, también podemos empezar a elegir nuestros amigos, igual que elegimos un estilo de vida, cómo queremos cuidar nuestro cuerpo, si queremos seguir estudiando o si vamos a reciclar de forma selectiva. Sí, llegar a tener amigos empieza por una actitud y repercute muy notablemente en nuestra salud y calidad de vida.
Lo malo es que hoy en día, cuando pensamos en amistad tendemos a hacerlo en términos de necesidad y favores. De hecho recurrimos a los amigos cuando tenemos necesidad de ellos. Con frecuencia solo los recordamos cuando tenemos en dificultades. Pero no son estos los momentos que constituyen la amistad verdadera. La amistad no sobrevive cuando nos ponemos en situación de necesitar siempre de un amigo. La amistad es incompatible con un alto grado de necesidad, porque es incompatible con un desequilibrio de poder demasiado grande. En una relación en la que sólo pedimos ayuda, estamos cargando de obligaciones al otro y en realidad debemos pensar si más que una relación de amistad estamos construyendo una trama de chantaje.
Por tanto, ¿se puede practicar el arte de conseguir amigos de verdad? Pues en realidad sí, y es un juego lleno de sutilezas en las que podemos llegar a aprender mucho de nosotros mismos. ¿Has pensado alguna vez si sabes dar y recibir cumplido? Es la forma más simple de empezar a entablar una conversación que puede convertirse, o no, en una relación más fuerte.
Si de mayores no tenemos la habilidad de hacer amigos, quizás es que no hemos practicado suficiente de pequeños. O lo que es lo mismo, quizás es que no hemos jugado suficiente de pequeños. Dicen los expertos que un niño que no juega no aprende, ni desarrolla habilidades emocionales y sociales básicas para el mundo laboral.
Los padres tienen una parte importante de responsabilidad en el hecho de que sus hijos tengan o no amigos. Si los niños tienen su tiempo absolutamente planificado y dirigido por adultos, no saben qué hacer y se aburren si alguien no les organiza el tiempo o el juego, reducen su capacidad de decisión y su creatividad y no se sienten estimulados para inventar o descubrir. También tendrán más difícil relacionarse, negociar con otros niños, trabajar en grupo, autorregularse o resolver sus problemas solos. Jugar es la forma de aprender a socializar.
¿Qué significa socializar?. Jugar supone aceptar las normas –ya sean las de una partida de chapas o las de una persecución de policías y ladrones–, acordar quién regulará las trampas, saber resolver conflictos, tomar decisiones en función de ciertos liderazgos o de la mayoría… Se aprende a interactuar con otros: a escuchar, a discutir, a pelearse, a reconciliarse.
Jugar no es perder el tiempo. Muy al contrario, es un tiempo fundamental para el aprendizaje, una inversión de futuro. El juego espontáneo entre niños es un ensayo para la vida adulta y permite desarrollar las habilidades relacionales y emocionales que facilitan una vida social sana al hacerse mayor. La falta de relación social durante la infancia está complicando ya a la vida a algunos jóvenes.
En la adolescencia los hijos pasan por el proceso de “abandonar” el grupo familiar, que les da protección y cuidado, para salir a la sociedad y situarse en el mundo. En esa transición, sus amigos son su “protección” frente al miedo que provoca el mundo exterior. Los amigos de la adolescencia nos permiten reflejarnos en ellos como espejo y dejar de creer que somos lo que creemos nosotros mismos y la familia. El encuentro con los amigos adolescentes nos dice si somos socialmente aceptados, apreciados y admirados por el grupo. Y eso es importante para el crecimiento personal del adolescente. La aprobación de los amigos es la principal recompensa y estímulo de un adolescente, que incluso provoca reacciones químicas en su cuerpo, como la liberación de dopamina, el neurotransmisor que estimula el interés por la búsqueda de novedades, y querer conseguir objetivos. Por ello, también la adolescencia es el periodo en que más queremos experimentar.
Siempre se supo que tener amigos era bueno, e incluso algunos estudios científicos han demostrado que disponer de una amplia red social no sólo beneficia claramente la salud, sino que contribuye a nuestra supervivencia. Una de cada tres personas con depresión confiesa que se siente sola y que no encuentra el apoyo suficiente de sus familiares y amigos. Pero nosotros mismos somos los responsables, en gran medida, de tener o no amigos. Practicar es la mejor forma de conseguirlos… y no tiene contraindicaciones. Por eso os damos aquí algunas ideas para fiestas de niños, adolescentes y adultos que pueden ayudar a crear un clima para forjar amistades.
One Response to “La amistad, ¿se busca o se encuentra?” Comentarios
Trackbacks
Check out what others are saying...[…] y que muchas veces nos pasan desapercibidas. Tan sencillo como disfrutar de una conversación en compañía de un buen amigo, ver amanecer, dar un largo paseo al atardecer por la orilla del mar, contemplar las estrellas, […]