¿La urbanidad mola?

Los pequeños aprenden a tener urbanidad gracias a lo que los mayores les enseñamos en casa, lo que ven en la tele y lo que oyen en la calle. Como sólo hay una situación que realmente podemos controlar, la de casa, podemos hacer unos juegos para enseñar todo esto sin que lo tomen como una obligación sino que les salga natural.

Era octubre y Federico cumplía 10 años, era el momento que esperaba desde hacía meses que llegará. ¡Iba a ir solo al colegio por primera vez!, pero le daba miedo no saber llegar bien. Su madre le había enseñado todo lo que él necesitaba saber: que debía cruzar por los pasos de peatones, que no era conveniente cruzar con el semáforo en rojo, que si tenía que pedir algún tipo de ayuda sería más sencillo pidiéndolo por favor y dando las gracias al final, que cuando subiera al autobús que lo llevaría a clase lo ideal sería saludar al conductor y mostrar una buena sonrisa en su cara, que si venía alguien mayor lo correcto era ceder su sitio y quedarse él de pie… así que no tenía nada por lo qué preocuparse, o eso parecía, en un principio.

Así que cuando por fin llegó a la parada del autobús saludó a todos los compañeros que iban en su misma dirección, y a su anciana vecina la señora Conesa que iba a ir al médico. Cuando llegó el autobús quiso esperarse para ayudar a su vecina a subir en él ya que sus compañeros no se lo ponían demasiado fácil, una vez arriba pidió a uno de sus compañeros que por favor la dejara sentarse ya que ella no se sentía bien y cuando le cedieron el asiento le dieron las gracias a su amigo y prosiguieron el viaje hacia la escuela. Los chicos hacían demasiado ruido durante el trayecto y Federico les pidió por favor que bajaran la voz un poco para no molestar al resto de pasajeros, todos estuvieron de acuerdo que era una buena idea, y así lo hicieron.

Al poco rato llegaron a la escuela y se sentaron cada uno en su pupitre, sin hacer mucho alboroto, y al llegar la maestra todos la saludaron con una efusiva sonrisa y ella al ver este gesto no pudo hacer más que sonreír y dedicarles unas palabras de amabilidad y agradecimiento. Las clases terminaron y volvieron todos a casa con absoluta normalidad. La única diferencia con el resto de tardes fue la sorpresa que se encontró al llegar a casa, la señora Conesa se había cruzado con su madre al volver del médico y le había explicado todas las maravillas que había hecho por ella su hijo esa mañana y como agradecimiento por su gran urbanidad le había querido obsequiar con un rico pastelito de zanahoria.

Su madre se puso muy contenta y le abrazó y él se sintió orgulloso de haber sido un buen chico.

Si vais juntos a comprar y pides las cosas usando el por favor y dando las gracias, si al llegar a nuestro sitio de compra habitual saludamos al cajero con una sonrisa, damos las gracias al reponedor por ayudarnos a encontrar el producto que buscamos y si además cedemos el turno a aquella persona que lleva solo un barrita de pan, todos tendremos una experiencia de compra más cómoda y nos sentiremos mejor.  Los niños verán esto como algo natural y harán lo mismo cuando sea su momento; Si le contamos estas normas como si fueran un juego, o un cuento, seguro que se divertirán siendo cívicos con el resto. ¿Os atrevéis?

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